El Mont-Saint-Michel, un promontorio situado en el interior de una amplia bahía modelada por las mareas, fue un punto de peregrinación de gran relevancia en la cristiandad medieval y albergó una célebre abadía benedictina.

Reconocido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en 1979, destaca tanto por su belleza arquitectónica única como por su papel histórico como centro cristiano. Cada año, recibe la visita de más de tres millones de personas.

Aunque los edificios no pertenecen todos a la misma época, juntos conforman uno de los conjuntos de arquitectura monástica medieval más destacados. Tal es así, que fue apodada La Maravilla de Occidente, sobrenombre que parece remontarse al siglo XVII.

Las construcciones se alzaron sobre empinadas pendientes con el objetivo de sustentar la vida monástica y acoger a los fieles. A lo largo de los siglos, los religiosos enfrentaron múltiples incendios y derrumbes importantes, pero lograron reconstruir la abadía sobre cimientos cada vez más firmes. Además, tuvieron que defender el Mont-Saint-Michel de quienes buscaban apoderarse de él: primero los ingleses durante la Guerra de los Cien Años, y luego los reformistas en las guerras de religión. Protegido por el mar y por sólidas murallas, permaneció prácticamente inexpugnable. Tras la expulsión de los benedictinos en 1790, la abadía se transformó en prisión desde 1793 hasta 1863.

Bajo la influencia de las mareas

El Mont-Saint-Michel y el islote de Tombelaine se levantan en medio de una bahía de aproximadamente 40.000 hectáreas, que se abre al Canal de la Mancha. Tres ríos costeros, el Sée, el Sélune y el Couesnon, desembocan en este espacio, formando durante la marea baja grandes meandros de arena.

Las mareas de esta bahía son de las más poderosas de Europa, llegando a alcanzar hasta 15 metros en los periodos de pleamar extrema.

Las mareas de esta bahía son de las más poderosas de Europa, llegando a alcanzar hasta 15 metros en los periodos de pleamar extrema. En esos momentos, el mar se retira hasta unos 20 km, dejando al descubierto vastas extensiones de arena fina conocidas localmente como «tangue». Según la leyenda, la marea regresa a la velocidad de un caballo al galope, aunque en realidad lo hace a un ritmo medio de 62 metros por minuto, suficiente para ser notable, pero sin constituir un peligro real para los visitantes.

El Mont-Saint-Michel y Tombelaine, al igual que el monte Dol en Bretaña, están formados por granulita, una roca muy dura y resistente. La circunferencia del Mont-Saint-Michel alcanza unos 900 metros y su cima se eleva 80 metros sobre el nivel de la playa, mientras que Tombelaine, con una base ligeramente más amplia, alcanza los 45 metros de altura.

Breve historia

El Mont-Saint-Michel era conocido en el pasado como Mont-Tombe, del latín tumba, que significa tanto tumba como túmulo. Desde el siglo VI, algunos ermitaños cristianos se asentaron allí, levantando capillas dedicadas a San Esteban y a San Sinforiano.

La introducción del culto a San Miguel en el Mont-Tombe se relata en el manuscrito del siglo IX Revelatio ecclesiae sancti Michaelis. Según este texto, en el año 708 un obispo de Avranches, llamado Aubert, recibió en sueños la orden del arcángel Miguel de erigir un templo en su honor en el peñón. Ante la incredulidad del obispo, el arcángel se le apareció tres veces, y en la tercera aparición llegó a perforarle el cráneo con el dedo, hasta que Aubert finalmente obedeció y construyó una iglesia inspirada en el Monte Gargano, en el sur de Italia, donde se decía que San Miguel se había aparecido en una cueva en el año 492. Al no existir una cueva en Mont-Tombe, Aubert ordenó construir una estructura sencilla que evocara el modelo italiano.

También envió clérigos a Italia para traer reliquias, entre ellas un fragmento de la túnica color bermellón del arcángel y un trozo del mármol sobre el que se le había aparecido, fortaleciendo así la relación entre los dos santuarios. Para garantizar un culto permanente, el obispo nombró doce canónigos. En un contexto de inseguridad política, la devoción por el arcángel creció rápidamente, convirtiendo a Mont-Tombe en un centro de peregrinación de gran importancia, que pronto pasó a llamarse Mont-Saint-Michel.

El crecimiento del lugar se vio interrumpido temporalmente por las invasiones vikingas del siglo IX, aunque el santuario continuó funcionando. Su prosperidad se reanudó cuando Cotentin se incorporó a Normandía en 933, y los nuevos gobernantes protegieron el Mont-Saint-Michel. En 966, monjes benedictinos de Fontenelle reemplazaron a los canónigos locales, marcando el inicio de una etapa de prosperidad sostenida gracias a las donaciones de los peregrinos y las rentas de las tierras.

A principios del siglo XI, la comunidad contaba con unos cincuenta monjes, y durante la segunda mitad del mismo siglo, bajo el abaciado de Robert de Torigni, llegaron a sesenta, cifra que nunca fue superada. Entre los siglos XI y XII, los monjes construyeron la abadía románica, con la iglesia en la cima y los edificios conventuales de tres niveles en los flancos norte, oeste y sur del peñón.

Durante la Guerra de los Cien Años, a finales del siglo XIV y principios del XV, las defensas se reforzaron. En 1420, el abad Robert Jolivet se unió a los ingleses, y al año siguiente el coro de la iglesia se derrumbó sin causar víctimas. Los ingleses ocuparon Tombelaine y establecieron un bloqueo marítimo, roto por los habitantes de Saint-Malo en 1425. Sin embargo, el Mont-Saint-Michel continuó resistiendo gracias a la protección del mar y de 119 caballeros.

Con el retorno de la paz en 1450, se reanudaron las obras, especialmente la reconstrucción del coro, última gran construcción importante de la abadía. La abadía no fue obra de un solo arquitecto, sino de varios, cada uno respetando las construcciones anteriores y siguiendo el estilo de su época, lo que explica la armonía general actual.

El pueblo

El desarrollo del pueblo estuvo íntimamente ligado al de la abadía: la afluencia de peregrinos motivó a los comerciantes a instalarse en el peñón. Los hosteleros y vendedores actuales son descendientes o sucesores de quienes atendían a los peregrinos en la Edad Media, manteniendo la tradición de actividad y bullicio que caracteriza al lugar.

Las viviendas se agrupan detrás de murallas imponentes, que durante la Guerra de los Cien Años permanecieron inexpugnables. Gran parte de estas fortificaciones se deben al abad Jolivet y a Louis d’Estouteville, aunque algunas, como la torre del Norte del siglo XIII, son anteriores. Las murallas y torres del siglo XV fueron diseñadas para resistir el fuego de cañones y permitir la movilidad de los defensores a lo largo de los caminos de ronda.

Las torres están pensadas estratégicamente para optimizar los disparos laterales.

Las torres están pensadas estratégicamente para optimizar los disparos laterales. La torre del Rey y la torre del Arco son circulares, mientras que la torre Beatriz tiene forma de herradura, ampliando la zona de tiro. La torre Boucle, de planta en forma de espolón, reemplazó en 1481 a una construcción anterior, anticipando el estilo de Vauban. La torre Gabriel, bastión cilíndrico defendiendo la pendiente oeste, fue construida en 1524 por el lugarteniente Gabriel de Puy.

La entrada al pueblo contaba con tres puertas sucesivas: la puerta de la Avanzada, añadida en el siglo XVI por Gabriel du Puy, precedía a un patio triangular donde se exhiben cañones tomados a los ingleses; la barbacana del Bulevar; y la puerta del Rey, obra de Louis d’Estouteville, que aún conserva el rastrillo y se accede a través de un foso con puente levadizo reconstruido en 1992.

La única calle principal del pueblo está bordeada de casas históricas, como la Casa del Arco, la Hospedería del Unicornio con su anexo de tablillas de castaño, el albergue de la Sirena con su fachada de madera del siglo XV, o el antiguo horno, cuyo frontón descansa sobre dos arcadas de granito.

El cementerio se encuentra al pie de la iglesia parroquial dedicada a San Pedro, templo de los siglos XV y XVI, que desde 1886 se convirtió en centro de peregrinación hacia San Miguel.

La abadía

La calle principal del pueblo conduce a la abadía del Mont-Saint-Michel, precedida por una gran escalera exterior conocida como la Escalera Principal, flanqueada por un alto muro y protegida en el siglo XV por la torre Claudine. En caso de peligro, podía cerrarse a mitad de recorrido mediante una puerta giratoria. La entrada de la abadía, reforzada desde el siglo XIV por una barbacana y un castillete construido en 1393 por el abad Pierre Le Roy, combinaba funciones defensivas y estéticas, con almenas, matacanes y muros decorados con hileras de granito de distintos tonos.

La portería, situada en un edificio adosado al ábside de la iglesia y levantado hacia 1250 por el abad Richard Turstin, se adaptaba a la pendiente del terreno con bóvedas ojivales a diferentes alturas y una chimenea frente a la entrada. Más tarde, durante la Guerra de los Cien Años, se transformó en sala de los Guardias, donde se prohibía el acceso a personas armadas según decretos de Carlos V (1364) y Carlos VI (1387).

Desde esta sala parte la Escalera Principal interior, por la que ascendían los peregrinos en procesión hacia la iglesia abacial. Esta escalera está situada entre los cimientos de la iglesia y las dependencias del abad, construidas entre 1374 y 1400 por Geoffroy de Servon y Pierre Le Roy, conectadas por pasadizos elevados con la cripta y el transepto sur.

En los aposentos abaciales se encontraban las estancias privadas del abad y las oficinas administrativas y judiciales. Hoy en día, parte del espacio pertenece a la administración del monumento y otra parte está cedida desde 2001 a las fraternidades monásticas de Jerusalén. En la subida hay dos cisternas: la del Sollier, en el lugar de una antigua capilla, y la de la Capellanía, del siglo XVI, decorada con motivos flamígeros y destinada a recoger agua de lluvia para obras de caridad. Desde la terraza llamada del Salto de Gaultier, frente al pórtico sur, se disfruta una vista panorámica de la bahía.

Girando la vista hacia la iglesia se observa la torre central con su aguja de madera y cobre, coronada por una estatua dorada del arcángel San Miguel, obra del escultor Frémiet. Esta torre fue reconstruida a fines del siglo XIX por el arquitecto Victor Petitgrand, quien devolvió al Mont-Saint-Michel su verticalidad perdida desde el siglo XVI.

Una gran terraza, la plataforma del Oeste, ofrece vistas espectaculares de la bahía, desde la punta de Champeaux (Normandía) hasta la punta del Grouin (Bretaña), con el islote de Tombelaine a 2,3 km al norte y, en días despejados, las islas Chaussey, de donde se extrajo el granito para la abadía.

Originalmente, esta plataforma era la plaza de la iglesia abacial, ampliada en el siglo XVIII tras un incendio que llevó a los benedictinos a demoler los primeros tramos de la nave y la torre románica. Los desniveles del terreno y las marcas de los canteros aún indican las partes desaparecidas. En la zona del antiguo pórtico se hallan dos lápidas modernas (1962) que marcan las tumbas de los abades Robert de Torigny (1154-1186) y Martin de Furmendi. La fachada actual de la iglesia, de estilo clásico, fue construida en 1780.

Qué ver en el interior

  • La iglesia abacial
    Construida en la cima del peñón como marcaba la tradición de los santuarios dedicados a San Miguel. Adaptada para las necesidades de los monjes residentes y para acoger el gran número de peregrinos que llegaban a rezar. En la iglesia podemos encontrar la nave románica (s. XI-XII) y el coro gótico (s. XV- XVI).
  • El dormitorio común de los monjes (s. XII)
    Sorprende por las modestas proporciones. Próximo a la iglesia, permitía a los monjes acudir por la noche al oficio. En un principio el abad también dormio en este espacio para poder despertar e ir a rezar. Más tarde, desde el siglo XIV, el abad es más bien un señor feudal y se aloja en los aposentos abaciales.
  • El claustro (s. XIII)
    Su función estaba pensada para la meditación y la espiritualidad. Tres arcos dan al mar y al vacío, concebidos originalmente como la entrada de la sala capitular que finalmente nunca fue construida. Las columnas, dispuestas en quincunce, se construyeron con piedra caliza importada de Inglaterra, aunque posteriormente fueron restauradas utilizando conglomerado de Lucerna.
  • El refectorio (s. XIII)
    Comunica directamente con el claustro. En esta sala se compartían comidas, se celebraban Eucaristías y el lavado de pies, recordando la Última Cena. Es una de las salas más impresionantes de La Maravilla.
  • La sala de los huespedes (s. XIII)
    Situada sobre el refectorio y dividida en dos naves de tamaño similar por una fila de columnas decoradas sutílmente por capiteles de bajo relieve.
  • La cripta de los gruesos pilares (s. XV)
    Construida para sostener el coro gótico de la iglesia abacial. Para ello se contruyeron 10 columnas cilíndricas de gran tamaño. Están tan juntas que algunos casos parecen que se tocan. Servía como sala de espera de la abadía.
  • La cripta de San Martín (s. XI)
    Una de las pocas que no ha sido modificada dede su construcción en el año 1030-1040. Un tramo de unos 9 metros de ancho cubierto por una bóveda reforzada con un arco perpiaño. Unas pequeñas ventanas dejan entrar un poco de luz en el interior.
  • El osario (s. XII)
    Situado bajo la escalera principal se encuentra el antiguo cementerio de los monjes. En el siglo XII Robert de Torigini lo modificó para instalar el osario. En 1820 se instaló una enorme noria con el objetivo de subir comida a los detenidos, ya que durante un tiempo la abadía se utilizó como prisión.
  • El paseo cubierto de los monjes (s. XI-XII)
    La sala fue nombrada como "paseo" en el siglo XIX pensando que había servido como claustro en siglos anteriores. Hoy en día no está clara su función. Se especula que pudo ser un vestíbulo, una sala de lectura o un refectorio.
  • La sala de los Caballeros (s. XIII)
    Este espacio pensado para evocar grandeza y poder, sostienen el claustro. Menos elevado y más ancho que su espacio superior, está dividido por varias hileras de columnas.
  • La capellanía (s. XIII)
    En esta sala era dónde los monjes ejercían la caridad recibiendo a pobres y peregrinos. Dividida en dos naves igulaes por columnas que sostienen simples bóvedas de aristas sin arcos.