Las erupciones volcánicas, ya sean efusivas o más explosivas y, por tanto, ricas en ceniza, liberan una variedad de sustancias a la atmósfera. Entre ellas se incluyen grandes cantidades de gases —principalmente vapor de agua, dióxido de carbono (CO2) y dióxido de azufre (SO2)—, así como partículas, especialmente ceniza volcánica. La altitud que alcanzan estos materiales y su composición química determinan en gran medida sus efectos posteriores sobre el clima y el tiempo.

La dispersión de partículas finas y gases a grandes distancias contribuye a alterar la composición química de la atmósfera, modificando la cantidad de radiación absorbida y reflejada. En algunos casos, estas alteraciones pueden afectar la formación de nubes y las precipitaciones, influyendo así en los ciclos hidrológicos regionales.

La erupción del monte Pinatubo en Filipinas en 1991 inyectó aproximadamente 20 millones de toneladas de SO2 en la estratosfera y causó un enfriamiento promedio global de unos 0,5 °C durante aproximadamente dos años.

A más largo plazo, la acumulación de aerosoles volcánicos en la estratosfera puede tener un efecto modulador sobre el clima global, aunque de carácter pasajero, siendo uno de los pocos procesos naturales que pueden contrarrestar parcialmente el calentamiento global de origen antropogénico.

Incluencia local en el clima

Los impactos más inmediatos y a menudo más espectaculares de una erupción volcánica se observan en los patrones meteorológicos locales y regionales. Veamos los más destacados.

Efectos locales tras una erupción volcánica

  • Caída de ceniza y calidad del aire:
    Las densas columnas de ceniza volcánica pueden cubrir áreas extensas y representar riesgos significativos. Esta ceniza está compuesta de fragmentos finos y afilados de roca y vidrio, que pueden causar problemas respiratorios, contaminar fuentes de agua y dañar infraestructuras como edificios y líneas eléctricas. La actividad reciente del Etna, por ejemplo, llevó a la emisión de alertas rojas para la aviación, una precaución común ya que la ceniza puede dañar gravemente los motores de los aviones. Las partículas finas de ceniza también reducen la visibilidad y afectan notablemente la calidad del aire local. El seguimiento de la dispersión de ceniza es fundamental, y servicios que ofrecen pronósticos detallados de calidad del aire, como OpenWeather, son invaluables para las comunidades situadas a sotavento de una erupción.
  • Cambios en la precipitación: 
    La inyección de grandes cantidades de partículas finas (ceniza y aerosoles) en la atmósfera puede actuar como núcleos de condensación. Esto a veces provoca un aumento de las lluvias locales o incluso "lluvia volcánica", que puede ser ácida si incorpora cantidades significativas de dióxido de azufre o cloruro de hidrógeno. En otros casos, si la erupción es lo suficientemente potente como para inyectar material en la parte superior de la troposfera o la baja estratosfera —zonas más secas—, puede reducir la precipitación local al alterar los procesos de formación de nubes.
  • Smog volcánico (Vog): 
    Cuando el dióxido de azufre y otros gases volcánicos reaccionan con el oxígeno, la humedad y la luz solar en la atmósfera, pueden formar smog volcánico o "vog". Este fenómeno produce condiciones brumosas, reduce la visibilidad y puede causar problemas respiratorios similares a los provocados por el smog urbano.
  • Fluctuaciones de temperatura: 
    A nivel local, las densas nubes de ceniza pueden bloquear la luz solar y causar un enfriamiento temporal de la superficie directamente bajo la pluma eruptiva. Por otro lado, el calor liberado durante la erupción puede generar anomalías térmicas localizadas.

Influencia climática global

Mientras que los efectos locales sobre el tiempo son inmediatos y evidentes, el impacto de los volcanes en el sistema climático global es más complejo y suele desarrollarse a lo largo de períodos más prolongados, especialmente tras erupciones muy grandes.

El efecto climático más significativo proviene de la inyección de dióxido de azufre (SO2) en la estratosfera, la capa atmosférica situada por encima de la troposfera, donde se origina el tiempo meteorológico. En la estratosfera, el SO2 reacciona químicamente para formar diminutas partículas de aerosol de sulfato. Estos aerosoles son altamente reflectantes y pueden permanecer en la estratosfera durante varios años, propagándose por todo el planeta.

La colosal erupción del monte Tambora en Indonesia en 1815 provocó el famoso “Año sin verano” en 1816, con extensas pérdidas de cosechas y un clima inusualmente frío en partes de Europa y Norteamérica.

Al reflejar la radiación solar entrante de vuelta al espacio, estos aerosoles de sulfato provocan un efecto neto de enfriamiento en la superficie terrestre. Las erupciones históricas ofrecen evidencia clara de este fenómeno. Por ejemplo, la erupción del monte Pinatubo en Filipinas en 1991 inyectó aproximadamente 20 millones de toneladas de SO2 en la estratosfera y causó un enfriamiento promedio global de unos 0,5 °C durante aproximadamente dos años. La colosal erupción del monte Tambora en Indonesia en 1815 provocó el famoso "Año sin verano" en 1816, con extensas pérdidas de cosechas y un clima inusualmente frío en partes de Europa y Norteamérica.

Es importante señalar que, aunque las erupciones volcánicas liberan dióxido de carbono —un gas de efecto invernadero—, la cantidad emitida por cada erupción, incluso las grandes, es insignificante comparada con las emisiones humanas. El efecto de calentamiento a largo plazo del CO2 volcánico es mínimo frente al efecto de enfriamiento temporal causado por los aerosoles de sulfato de las erupciones mayores.

Ejemplos cercanos

El monte Etna, el volcán más activo y grande de Europa, con una nueva actividad de erupciones efusivas (la actividad y flujos de lava más comunes observados en el Etna) se hicieron notar durante el pasado mes de junio de 2025. Aunque estas últimas erupciones en el volcán siciliano fueron, hasta ahora, relativamente contenidas, nos recuerdan el gran alcance en que los volcanes pueden interactuar con nuestro clima y la atmósfera.

En España, la erupción del volcán de La Palma en 2021, al igual que en la actividad del Etna, provocó un notable aumento de gases y partículas en la atmósfera alterando la calidad del aire y reduciendo la visibilidad.

El impacto más relevante, desde el punto de vista climático, se produjo a medio y largo plazo, cuando los compuestos de la erupción alcanzaron las capas más altas de la atmósfera, produciéndose prácticamente todos los efectos comentados anteriormente:

  • El dióxido de azufre liberado durante la erupción se oxida en la estratosfera para formar ácido sulfúrico.
  • Aerosoles capaces de reflejar la radiación solar reduciendo la cantidad de energía que llega a la superficie terrestre.
  • Efecto de enfriamiento temporal del clima, opuesto al calentamiento causado por el dióxido de carbono. Suele ser transitorio, aunque puede modificar los patrones meteorológicos regionales y/o influir en la temperatura media global durante un tiempo limitado.

Comprender estas interacciones es crucial, no solo para quienes viven cerca de estos gigantes geológicos, sino para entender la complejidad de nuestro sistema atmosférico global.

Monitoreo de las erupciones volcánicos

Para poderse anticipar o prever la evolución de una erupción volcánica, debemos conocer el estado del volcán en todo momento y así poder detectar cualquier mínimo cambio en suactividad. Estos cambios, que pueden ser detectados con una instrumentación apropiada, incluyen las deformaciones del suelo, la sismicidad, las variaciones de temperatura, la emisión o el cambio de composición de gases, los cambios en los campos gravitatorios y magnéticos, etc., y pueden correlacionarse con los posibles movimientos del magma y de los fluidos asociados.

La correcta y conjunta detección e interpretación de estos cambios, en términos de precursores de una reactivación volcánica, son el objetivo de los sistemas de vigilancia volcánica y lo que, hoy en día, permite reducir el riesgo potencial que los volcanes representan. La vigilancia volcánica incluye las técnicas geofísicas, geodésicas y geoquímicas, usando las observaciones tanto terrestres como remotas para detectar cambios en el volcán y sus alrededores.

Las áreas de riesgo en España, debido a la presencia de volcanes recientes, son zonas como Girona (Olot), Ciudad Real (Campo de Calatrava), Almería (Cabo de Gata) y Murcia. Sin embargo, el mayor riesgo se limita al archipiélago canario.

En España, desde junio de 2004 (Real Decreto 1476/2004, de 18 de junio) el Instituto Geográfico Nacional (IGN) tiene como competencia la "Observación, vigilancia y comunicación de la actividad volcánica y determinación de riesgos asociados". Desde esta fecha trabaja en este area de Vigilancia y Alerta Volcánica, ampliando las labores de los diferentes Servicios de Red Sísmica, Geodesia, Geomagnetismo y Gravimetría, así como del Centro Geofísico de Canarias.

Desde entonces, el IGN ha trabajado en el diseño e implementación de un Sistema de Vigilancia y Alerta Volcánica cuyo proyecto puso en marcha, primero en la isla de Tenerife para luego extenderse en el resto de islas volcánicamente activas.

Este proyecto incluye el diseño de estaciones sísmicas, geodésicas y geofísicas, del sistema de comunicaciones, y de procesamiento y análisis de datos que permita realizar un seguimiento continuado de los cambios de los parámetros físicos asociados a la actividad volcánica, y constituya un sistema operativo de alerta (en sus fases de tranquilidad o actividad).